miércoles, 2 de septiembre de 2009

Reencontrarse con uno mismo


Entrando y saliendo, pasillo, habitación, pasillo, baño, pasillo, cocina, pasillo, habitación. Y es que todavía no me he hecho la idea de volver aquí. Pero, ¿de qué voy? Sabía que tarde o temprano la estancia veraniega iba a terminar, como cada año, claro está, nunca había vivido un verano tan intenso. Puede que por no aumentar la magnitud de lo que es, solo lo pensara para mis adentros. Pero, realmente, han sido unos meses probablemente de los mejores que pueda vivir en toda la vida. Y es que cuánta razón tienen los mayores. La juventud es una época para aprovechar al máximo todas las oportunidades que se le ofrecen, siempre y cuando uno esté dispuesto a realizarlas. Una época en que los dolores de cabeza todavía están lejos, aunque de vez en cuando comienzan a llamar a la puerta tímidamente.

Lo cierto es que ahora, escuchando la música que dejé aquí a principios de la época estival, me estoy dando cuenta de que tampoco ha habido un distanciamiento demasiado pronunciado. Y es que ha sido una época de cambio, una época de las que marcan a uno en la vida, de las que se cuña un sello en alguna pared lateral del corazón. Y ¿qué es el corazón? De repente, se me vienen tantas imágenes a la cabeza que contienen la palabra corazón… El motor de la vida, la piruleta que venía en las bolsas de cumpleaños con una figura de corazón, esos latidos que notas cuando acercas tu oído a su pecho, y que cuando no oyes te obsesionas de tal manera, que comienzas a tocar el cuello, la muñeca hasta encontrar su pulso; esa nube que buscas sin parpadear cuando ella no está a tu lado, hasta que la dibujas en el cielo y marcas una suave sonrisa con un leve suspiro; esa sala repleta de corazones con pinzas y algunas notas de cariño (y otras de no tanto amor, sino... lo otro), donde fechamos nuestro amor, donde dibujé una palmera torpemente, donde escribí un pareado sin rima, donde reflexionaste qué pondrías o cómo lo pondrías, donde nunca leí lo que pusiste. Y eso me enlaza a otro lugar, aquella habitación, de fría recepción. Clara y reconfortante de día, oscura y apasionante de noche. Un lugar, ese lugar donde me dijiste qué era lo que ponía en el reverso de la nota, esa nota que quizá hoy todavía esté allí colgada de una pinza, pendiendo de un hilo, que va al mismísimo corazón. Hay montones de cosas que me recuerdan al corazón, algunas agradables, otras no tanto, pero me quedo con la última acontecida, y como tú dijiste, el primer beso de piruleta. ¿Qué te sugiere el corazón?

Lo dicho, el tiempo que llevo ya entre estas paredes se está haciendo reconfortante al escuchar la música de aquellos tiempos. Parece como si las paredes necesitaran de esas ondas para transmitir simpatía, y yo la percibo. No, no estoy loco, qué va. Como mucho, podríamos aceptar esta anomalía psicológica como un daño colateral al traslado de hogar tan repentino. Hasta que me haga la idea… pasarán unos días de rareza. Y es que mañana abriré los ojos, y todavía pensaré que tan solo estás a tres pisos de mí. Pero bien, poco a poco el chip se cambia, y en lugar de ser tres pisos, serán tres campos de fútbol… bendita magnitud de medida… (Aunque quizá sean 6 o 7 pero tenía que decirlo).

Como si un péndulo fuera,
de lado a lado de la esfera,
viendo pasar las horas,
hasta poder volverte a ver...

1 comentario:

yo ya sabes quien soy dijo...

sencacional, eres el mejor