martes, 4 de agosto de 2009

Tardes de Invierno Tardío VI: Ella


-Señorita, ¿es la acompañante?- me preguntó un médico.
-Sí, así es.
-Hemos terminado de hacerle las pruebas. El paciente es diabético y ha sufrido una crisis hiperglucémica, como bien indicó usted cuando se desvaneció en el local. Parece que el pronóstico es bueno. Es por eso que se va a recuperar muy pronto, quizá mañana a media tarde ya le demos el alta -comentó con una voz neutra.
-De acuerdo, ¿la habitación esta abierta a visitas ya? -pregunté algo ansiosa.
-Lo siento, se abrirá en una hora, quizá antes, pero es el protocolo a seguir, después de los análisis.
-Bien, no importa -contesté resignada.



El invierno parecía ser cosa del pasado, y era la primavera la que nos abandonaba. Esa época en que los tilos debían estar en su máximo esplendor, así como todo el campo ondulado, guiado por una leve brisa, durante las horas vespertinas. Los insectos comenzaban a trabajar en su época estival. Las abejas iban de flor en flor, captando su esencia para formar ese jugo tan dulce. Las hormigas comenzaban a salir de sus intrincados túneles, para ver la luz y recaudar todo cuanto pudieran mientras no llegara el frío. Las aves se desplazaban en bandadas de un lugar a otro, y paraban a beber en las orillas de pequeñas lagunas, fruto de las lluvias de mayo. Quién más podría haber divisado todo ese paraje si no era él y yo, aquel verano de campamento. Aquel verano en el que nuestras v
idas se cruzaron, pero por algún motivo, de la noche a la mañana, él desapareció de la faz de la Tierra. Ahora pienso y creo que se nos ha otorgado otra oportunidad, para reconstruir todo lo que dejamos de súbito. Y esa tarde, en el "Real", cuando se quitó sus atuendos, lo reconocí, y era él de nuevo. Creía que nunca se atrevería a venir, dudaba del éxito que habría tenido la postal que dejé posada en aquella silla.

Y así, de repente, ensimismada en mis pensamientos, se acercó y sorprendentemente se atrevió a decirme que "hoy era el fin de esa eterna espera". En fin, los acontecimientos posteriores no hace falta recordarlos. Todo se presentó como una cadena de problemas que giraron totalmente los planes que tenía para esa tarde de verano. Y ahí estaba yo, sentada frente a la puerta de su habitación, a la espera de nuevas noticias sobre su estado, y con unas ganas de poder acercarme a su lado que nunca podría haber imaginado antes de encontrármelo aquella tarde de invierno, cerca de la plaza en que mi abuelo me solía llevar a jugar con las palomas y darles de comer.
Migas de pan por aquí, ahora por allá, y siempre cogida de mi abuelo, como si fuésemos uno. Fue una época en que me encontré muy unida a él. Tenía mucha ilusión por verme crecer, desde los primeros biberones, los primeros pasos, las primeras palabras, hasta los primeros dientes y cuando caían los de leche, qué alegría. Su nieta ya se hacía mayor. Me entra nostalgia aún recordar cuánto podríamos haber recorrido juntos... creo que la fuerza que hay ahí arriba le debería haber permitido disfrutar muchos más años. Se lo merecía, pero bien, el día menos pensado llama a la puerta y, no puedes esconderte entre las sábanas, ni ronronear como un gato. Ese día hay que abrirla. Y así, me dejó, su niña, una niña perdida en el Mundo adulto, aunque sabía que siempre que observara la Luna, él estaría allí, cuidando de mi, el resto de los días. Siempre solía enseñarme las estrellas, me cogía en brazos y señalaba estrellas que formaban dibujos y que tenían nombres extraños. Me decía que con un poco de imaginación todo era posible en esa bóveda celeste. De este modo me indicó cuál era el camino para llegar a nuestra estrella secreta. Una estrella que en los días de luna nueva, serviría para comunicarnos.

Y todo venía por la espera. Tantos años sin él, y ahora, por una hora más dentro de ese largo tiempo, estaba entrando en un estado de desesperación. Pero, pude contenerme, no tardaron demasiado en darle el visto bueno y abrir la entrada a visitas. Me acerqué al hueco de la puerta para observar su interior. Empujé y lo vi, sentado en un lado de la cama, mirando por la ventana al exterior. Ya debía haber notado mi presencia, por lo que se giró y me miró a los ojos, con una expresión de pedir perdón por el suceso.

-No pasa nada, cielo. Creo que si no hubiera sido por ti, me habría muerto por la agonía de perderte. Dejé esa señal, tampoco sabía si tú querías, si realmente habías se
ntido lo mismo que yo al cruzarnos, lo dejé a tu elección. Sabía que no lo hacía bien, que si no hubieras venido, nunca más podría haber vuelto a recuperar el pasado, pero no me quedaba otra, soy así.
-Ya has visto el tiempo que he tardado en llegar a ti, no ha sido nada fácil, y las consecuencias no han sido del todo saludables. Debí cerciorarme de que lo que ponía en el té era sacarina y no azúcar. De ese modo, nada de esto hubiera ocurrido.
-Bueno, como en todo, la culpa no es sólo de uno, siempre hay factores que implican o favorecen que algo ocurra de una manera y no de otra. No sé en qué estaría pensando cuando cogí el sobre erróneo. -contesté casi susurrando al oído.
- En fin, ahora poco podemos hacer hasta salir de aquí. Bueno sí, abrázame y cierra los ojos. Te iré guiando... -me dijo mientras me cogía por la cintura, mirando por la ventana desde la que se divisaban los últimos rayos de luz de esa tarde.


Continuará...

...si hoy estas conmigo
es que conmigo estas;
y si yo estoy contigo,
es porque soy tuyo nada más...


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