jueves, 5 de marzo de 2009

Tardes de invierno tardío II



Antes de leer, aquí está la primera parte, perdonen las molestias.


Recuerdo aquella tarde, como una tarde lluviosa, gélida y oscura. Una baja neblina cubría los bancos de la plaza. La misma plaza donde tres días antes tuvimos el encuentro, la misma plaza donde la vi con los mismos ojos llenos de pasión que antaño. Su sonrisa todavía pulula entre mis recuerdos, así como el sabor de sus tiernos labios en las tardes de verano, acurrucados y mirando las infinitas formas que describían las nubes. Un sabor dulce y a la vez amargo. Ese mismo contraste es el que logré identificar unos minutos después de verla desaparecer por el callejón de la Catedral. Era esa extrema diferencia la que me dejaba horas y horas pegado a su lado, a unos pocos centímetros, mirándonos, sin decir nada y todo a la vez. Ella esperaría que dijese algo, pero el simple hecho de sentarnos a la sombra del mismo árbol cada tarde, era tan necesario en mi vida que mis ojos le mostraban cuánto quería expresarle, o eso decía...

Me pregunto cómo empiezo a recordar esto. Dejo de andar y me extraño. Sopla una brisa fría y penetrante con lo que el paraguas se agita levemente. La primera y última vez que tuve recuerdos de esa vida fue en el mismo encuentro con ella. Puede que vuelva a estar cerca, puede que me haya seguido, puede que...

En efecto, me giré y allí estaba, era ella, la misma de siempre. Con un paraguas a cuadros que le cubría. Se acercó, y me preguntó:
-Hola muchacho, ¿qué hora tienes?
A lo que respondí consternado que ahora mismo los relojes se habían parado. Los caños de la fuente, a pesar de estar algo atascados por el hielo, dejaron de echar agua. Todo nuestro alrededor se detuvo, todo menos nosotros. Así recordé su rostro, limpio y sereno, bajo una lluvia hivernal y le dije las palabras mágicas, aquellas palabras que me enseñaron sus pupilas: "Te esperaré eternamente". Y ella respondió con la clave exacta: "Entre los eternos nací. Adiós". De esta manera me demostró que a ella le sucedió algo parecido cuando me vió. Reconoció que el día en que nos encontramos, notó algo muy extraño pero no averiguó el porqué. Dijo que no sabía realmente quién era, ni qué tenía que ver en su vida pero presentía que fui alguien importante. La pregunta es, ¿cuánto hace de todo aquello? La invité a tomar un café pero en el mismo instante en que alcé la ceja para mostrarle la pregunta, un rayo rompió el suelo de la ciudad. Un estruendo abismal, ensordecedor. Cayó a pocos metros de la plaza donde residía el transformador general. Menudas instalaciones anticuadas! Resultó un apagón de horas hasta que encontraron la avería en el canal general del cableado.

Pero...oye, ¿dónde ha ido? Hace un momento estaba aquí. Había anochecido, con lo que la penumbra de una luna apagada por las densas nubes hacía casi imposible divisar algún perfil. Por suerte tenía la luz del móvil, pero de nada sirvió. La joven se había evaporado...

Con veintidós años, nunca podría imaginar que reconocería algo relacionado con el misterio, con lo paranormal. Pues no es demasiado normal tener recuerdos de algo que no has "vivido" in situ. Era más bien un escéptico sobre el tema, pero el transcurso de los días me ha hecho pensar que existen conexiones entre épocas. Conexiones a distancia temporal y espacial. Algo relacionado con la telepatía. A esas alturas no podría haber demostrado absolutamente nada al respecto. Mis conocimientos sobre el tema eran escasos por no decir nulos, pero la conexión que experimentamos fue algo inédito.



Continuará...

...qué sería sin esto,

que me permite hablar de tanto
y de nada a la vez...


~Todo por hoy~

Atte: Carlos

martes, 3 de marzo de 2009




-Perdone, ¿han recibido una brújula en objetos perdidos?


La cara de negación del dependiente fue suficiente para ver mi reflejo en ella. Una cara triste, con las pupilas apagadas, las mejillas caídas y los labios cansados de sonreír.

Cuando perdí mi brújula no me di cuenta, es obvio. Estaba distraído con los quehaceres de la tarde, ofuscado en los problemas que surgían hasta que caí en la cuenta de la hora que era. Demasiado tarde para merendar y demasiado pronto para cenar. Una hora en que comprendí que no sabía dónde estaba. Realmente, ¿qué había hecho para llegar a ese estado de desorientación? Vulgarmente diría que perdí el norte. Una sensación de tristeza interior, un hueco ocupado por un vacío repentino sin causa aparente. ¿Qué puedo haber perdido si siempre he pensado que no me ha faltado nada? Más bien, era tanta la seguridad que tenía en no faltarme nada, que con una simple duda sobre ello, se me ha desmoronado el castillo de naipes. En principio, esa seguridad se ve hundida en un instante porque es un proceso mental sin fundamento, nada más. Puedes estar hundido en la miseria y pensar que no te falta nada. Depende de cómo mires el vaso, medio lleno o medio vacío. Pues hoy parece ser un día en que el vaso no está medio vacío, sino que directamente tiene un agujero en la base.


Y es que te pones a pensar, y es verdad, hay "cosas" que se echan en falta. Cosas que en realidad son personas, que has perdido o que no pueden estar a tu lado por alguna razón. Personas con las que compartes tu día a día pero sólo queda en eso. Personas con las que se podría llegar a un nivel superior y que por las circunstancias no se da el caso, una lástima. Siempre queda el tiempo y esperar a que algún día ocurra esa chispa que motive una conversación, transcendental o no, pero con "chicha" -como diría alguna bióloga-. A este incentivo del tiempo, se le añade un problema, que es pensar en el problema. Parece extraño, pero pensar o preocuparse por algo, tener miedo de perderlo sólo nos crea miedos y nuevos problemas añadidos (valga la redundancia). ¿De qué sirve pasar el tiempo, con el que podrías disfrutar de alguien o de algo, pensando en qué día vas a perderlo? Simple y llanamente, no vale la pena. Pero ese es el misterio del cerebro que se enfrasca en pensamientos que no producen beneficio alguno.


Es por eso que debí disfrutar de esa brújula que me mostraba el rumbo del sendero a mi destino hasta el último segundo y no vivir preocupado por perderla hasta que, definitivamente, y sin darme cuenta, la he perdido. Pues bien, reconocer su desaparición es un buen comienzo para reconstruirla y aprovechar este proceso para mejorar algunos detalles o inexactitudes de la misma. De este modo mejoraremos lo anterior e incluso puede que me marque senderos alternativos para llegar antes, como un dispositivo GPS.


Dejando nuevas tecnologías aparte, el hecho de preocuparse por estas cosas parece un sinsentido porque con las vueltas que da la vida, hoy estás abajo, mañana arriba, hoy aquí y mañana allá. Únicamente las podremos recordar y sopesar en nuestros últimos días, nunca antes porque sino acabaremos perdiendo otra vez esa brújula interna que sigue nuestros pasos día a día.



Como has visto, he hecho la denuncia de la desaparición, en una entrada de la cuál he salido reconfortado y, finalmente, concluyo diciendo que la causa o el efecto -quién sabe si fue antes la gallina que el huevo- ha sido fruto de un día "extraño", "atípico" pero siempre acompañado por esa "brisa del norte".

Gracias.


...cómo decirte,
que me has ganado poquito a poco,
tú que llegaste por casualidad...

~Todo por hoy~


Atte: Carlos