domingo, 26 de julio de 2009

Tardes de Invierno Tardío V: Un dulce imprevisto



Ante una posible acción evasiva de abortar la misión y salir echando leches del lugar, la calma me sobrevino de repente. Me ocupé de disimular mi apariencia, mientras ella comenzaba a preparar las siguientes tomas de algunos clientes asiduos. Lo cierto es que cualquier hombre hecho y derecho se habría levantado y se habría dirigido a la barra y, sin más rodeos, habría comenzado esa conversación trascendental que, almenos yo esperaba tener. Pero, los deseos de hacerlo fácil se veían contrarrestados por el miedo a saber qué quería ahora, después de tanto tiempo, con aquella postal tan sugerente para mí, y a la vez tan insignificante para otros.

Hace unos días, estuve indagando sobre posibles casos de vidas posteriores, y noticias sobre el tema. Según las fuentes -poco fiables y... con una tendencia al esoterismo- afirmaban que la posibilidad de que tras el viaje a una nueva vida (dando por supuesto que existían), siendo un ser diferente pero teniendo ciertos rasgos comunes entre las vidas contiguas, el sujeto se encontrase con una persona relacionada con un entorno anterior, era tan baja como que la Tierra deje de rotar mañana mismo. De este modo, pude concluir que, de hecho, un reencuentro con aquella persona que te presentó la felicidad, el amor y el cariño en otra situación espacio/tiempo totalmente diferente a la actual, era prácticamente nula. Pero, como en cualquier otro caso, siempre está la excepción que confirma la regla. Y, así es, ahí tenía la excepción, a escasos metros y sin saber cómo comenzar a explicarle qué ocurrió y porqué todo acabó, tras ese verano. Nunca pude volver a llamarla, en realidad nuestra relación nunca terminó, nadie le puso fin.

Y esa tarde, a las 4 y media, ¿quién me había otorgado la posibilidad de saldar el error que cometimos en aquél momento? Quizá debió haber prescrito ya, no era normal una oportunidad así. Y yo, como un tonto, desaprovechando el momento, como siempre. Lo malo es que después me arrepentiría de no haberme dado a conocer. Es por eso, que opté por pedir un té, a ser posible con un extra de sacarina, para que, de alguna manera insospechada, las neuronas aturdidas al verla, se despertaran de una vez y les enviaran a mis ojos la señal de una intensa mirada, y la capacidad de fluir entre mis labios más de dos palabras sin bloquear la voz.

No pareció reconocerme. Era normal, en un lugar donde concurre día a día tanta gente, puede que al final no te pares a asimilar los rasgos de cada cliente. En este sentido, fue mejor así. Necesité un rato más para digerir la situación y conseguir levantarme de la silla. Recogiendo la chaqueta, me trasladé a uno de los taburetes tapizados en la barra para pagar la consumición. De repente, no sé qué fuerza dentro de mí hizo que me quitase el bigote y la mirara a los ojos para decirle: "algún día había que poner fin a esta eterna espera, ¿no crees?"

De repente, me noté sumergido en un mar de adrenalina que desbordaba por cada poro de la piel. No esperaba tal reacción, todavía no asimilaba que esas palabras habían salido de mí. Pero, el flujo hormonal parecía exceder los límites, esto ya no era normal. La chica sonrió, y empezó a hablar, pero creo recordar que empecé a oirla cada vez más suave, más lejana, mientras los párpados se cerraban. Oía mi nombre en la distancia, exclamaciones de horror, el tecleo de los números de algún teléfono, hasta las sirenas de una ambulancia, cuando posiblemente, ya había caído de bruces.

---------



-Me ha pedido un té Earl Grey, cargado de sacarina- respondí casi de inmediato.
-Entiendo, ¿ha podido haber algún otro detonante para la caída de tensión del individuo? -preguntó el agente de emergencias sanitarias.

La chica, mirando la mesa sin recoger todavía con cara dubitativa, se le oscureció el rostro cuando observó que los sobres ya abiertos y vacíos que le había dejado a "su" chico, no eran precisamente de sacarina, sino cubitos de azúcar.

-Creo que ya sé el origen del problema...y deberíamos ir al hospital de inmediato -contesté con rotundidad.


Continuará...



Ah sugar, ah honey honey
You are my candy girl
And you've got me wanting you.
Ah honey, ah sugar sugar
You are my candy girl
And you've got me wanting you.
When I kissed you, girl, I knew how sweet a kiss could be
(I know how sweet a kiss can be)




miércoles, 15 de julio de 2009

Destellos en el horizonte




Ya era hora, necesitaba tiempo para mí, debía ser algo inminente o estallaba en pedazos. Por fin solo, sentado en la terraza mirando el atardecer, acompañado de una brisa agradable y pacífica. Quizá suene egoísta pero, ¿quién no necesita algo de tiempo para apartarse de todo y centrarse en sí mismo? Debo reconocer que lo necesitaba, llevaba días deseando esa costumbre de escribir algo más de mí. ¿Por qué no lo hice cuando quise? Quizá debiera estar esperando un momento adecuado, un momento en el que me sintiera inspirado, o tal vez dispuesto a contar algunos eventos recientes, pero como viene siendo la costumbre puede que queden enmascarados en algún relato que quiera ser creado en breves.

Por ese motivo, sería un buen comienzo hablar de porqué tengo algo metido en el ojo izquierdo... o derecho -según de quién lo mire-, puede que sea un grano de arena, gracias al cual un forense podría deducir que esta tarde he estado en la playa, inducido por una sucesión de circunstancias que ni un servidor esperaba que ocurrieran a la velocidad de vértigo en la que han sucedido.

Parece que haya sido como un haz de luz viajando miles de kilómetros sin percatarse de las cosas que ha dejado atrás, antes de comenzar ese viaje. Ese haz de luz parece que ha olvidado lo que dejó por su paso en primavera, lo que ha acabado olvidando cuando pasó por principios de verano, todo y habiendo disfrutado cada infinitésima división de segundo en otros mundos. No, no puede haber olvidado. El haz tiene una memoria envidiable, y por eso ha decidido apartar del recuerdo más próximo todo aquello que le provocaba anomalías en su comportamiento. Es un haz peculiar, parece tener vida, pero a veces se confunde con las sombras, ensimismado en sus cavilaciones. Es un haz que, de vez en cuando, apaga la luz y desconecta de todo para reconfortarse y llenarse de energía, para seguir viajando por esos universos infinitos, paralelos, invertidos y tan intrincadamente complicados como para perder el norte y desviarse del rumbo... difuminándose, al fin y al cabo, la luz de salida.

Pero un haz de luz como este debe saber dar solución a los problemas, bien atravesándolos o bien rodeándolos. Y así, comienza una historia contenida, total y parcialmente en ese haz, que no sabe demasiado bien cómo ha sido convencido para emprender este viaje, tremendamente agradable y realmente extraño. Un trayecto en el cual consume gran parte de su energía para participar en él y por ese motivo no le quedan fuerzas ni ganas de recordar aquellos momentos felices (con un toque de incertidumbre) por los que pasó cuando todavía era primavera y principios de verano. Quizá todo haz de luz, por el mero hecho de serlo, debe pasar por la incertidumbre, la emoción y - ¿por qué no?- el encanto que supone saber que otro haz está viajando a su lado, la alegría de que algo comienza a ir bien, o la tristeza a la primera de cambio, la amargura y el resquemor que queda de aquel camino que pudo ser escogido pero que no fue así y un sin fin de sentimientos que al pequeño haz de luz todavía le quedan por experimentar, eso sí, durante su largo camino a través del ilimitado universo. Tan rápido como es, se va alejando y alejando hasta que solo queda un tenue destello en el horizonte.

Finalmente, me siento sumergido entre una maraña de miles de fibras que me atrapan en una red lumínica, dislumbrándome, sin dejarme salir. Pero no haremos una montaña de un granito de arena. El último haz, acabará por resurgir y vencer los miedos que limitan el llegar a conocer otro haz. Pero...

Y... ¿si te dijera que ese haz de luz eres tú, y soy yo?
Se podría decir que nada es imposible, los haces -que no las heces- de esta especie son capaces de todo si se lo proponen, y es que luchando hasta el final se ganan grandes batallas...




corren, corren pels carrers corren,
paraules que no s'esborren,
imatges que no s'en van...
i ploren, ploren pels carrers ploren,
com gotes d'aigua s'enyoren
aquells que ja no es veuran...

lunes, 6 de julio de 2009

Entre nubes alisias



Asomarse a la terraza y divisar el paisaje, un paisaje montañoso, repleto de pequeñas urbanizaciones -la llamada población flotante-, asímismo pobladas por adosados y viviendas unifamiliares. No sin antes pasar por una extensa planície llena de cultivo de regadío regional,
y su correpondiente "alquería", cada vez menos productivo gracias a las primeras potencias.
Y las cimas montañosas invadidas por enormes cúmulos nubosos, que de manera inminente se acercarán gracias a las corrientes de aire, mientras descargarán toda su furia encima nuestra. Y girarte y ver el mar rompiendo olas en las cercanías de la orilla, y pararse a escuchar ese regalo de la naturaleza tan codiciado para los que no tienen el privilegio de tenerlo tan cerca.


Qué bonito recuerdo me trae este tiempo, esta perspectiva de ver el mundo. Todo me lleva a cerrar los ojos y ver dónde estaba hace unas semanas, sumergido en un lugar totalmente diferente y a la vez tan parecido. Diferente en todos los sentidos desde la compañía, pasando por la independencia, hasta la suma de valores que aprendí, gracias a un trocito de todas y cada una de las personas de las que me rodeé.

Aún añoro con ansia esas dos vueltas completas a un lago salado de magnitudes considerables, dominado por una enorme zona de ocio rodeada de rocas (de dudable procedencia, eso sí). Esos posteriores paseos por la costa rocosa, de procedencia volcánica, llenos de desenfrenada exploración y excitación. (Qué decir de esos momentos, pidiendo dinero, o expectantes a posibles encuentros con cierta persona, o de esas conversaciones nocturnas que parecían no tener fin).

Qué difícil se me haría contar cada momento ocurrido en ese lugar, pero hoy necesitaba sacar a la luz alguno de esos momentos, porque el tiempo de aquí me ha hecho recordar y sentirme afable para ello. Volver sería una locura para todos, aunque la broma ha quedado en el aire. Fue algo grande que, como otras muchas experiencias, pasan a formar parte de lo irrepetible. El deseo para todos es que podamos tener la misma salud para vivir viajes como este a lo largo de nuestras vidas.

Y es que mientras estás, parece que no va a acabar nunca, como si una semana fuera infinita. No obstante, algo nuevo como esto lo aprovechas al máximo. Pero después de unas semanas, ya en tu hogar, te das cuenta de la magnitud del problema: de la añoranza de lo breve e intenso a la aceptación de que solo fue eso, muchas veces asimilada por la felicidad que supone tener un recuerdo que poder contar en unos años. Y como todo en esta vida, el viaje también tenía fecha de caducidad... así como esta entrada.

Un saludo!

viernes, 3 de julio de 2009

Acostarse y volar


Plash! Chapuzón en un agua todavía limpia y clara, templada tirando a caliente. Me gusta más helada, que te haga sentir el frío en los huesos, que despierte todos tus sentidos, tras una siesta de esas que te levantas "atolondrado", con un sol radiante a las cinco de la tarde. Fría o templada, se agradece el refresco que aporta en la piel.

Y te sumerges, y cierras los ojos y te abstraes de todo tu alrededor. Solo oyes tu respirar y el ruido lejano de algún que otro vecino hablar en la superfície. Y vuelves a salir a flote. Pero necesitas relajarte y te acuestas sobre el agua, notas cómo tus oídos se taponan. Ya nada es audible, sólo tu respiración; inspiración, asciendes sobre el agua, expiración, cuidado nos vamos para el fondo...
Pero te aguantas, haciendo fuerza con los brazos. Abres los ojos y se topan con algunos edificios, las nubes, algunas golondrinas aún haciendo o rehaciendo los nidos en las esquinas, y el cielo azul. Y, mirando al cielo, ves figuras imaginarias descritas por nubes blancas, grisáceas o casi celestes. Sigues cada nube y cierras los ojos, pensando en todo lo pasado y deparando todo el futuro en un instante. Imaginando o recordando cuando estuviste tan arriba, a la altura de ese avión rutinario destinado a algún paraíso lejano que está sobrevolando los tejados. Y sientes cómo fue aquel vuelo y notas cómo te sientes libre, suspendido en el agua y mirando al cielo, deseando ser una de esas aves que pasan rasantes el agua en busca de algún bichito que comer pero ascienden decepcionadas. Y volar... volar y volar, hasta que todo pierde el encanto cuando te viene una onda expansiva del graciosillo que se ha tirado en "bomba".

En fin, pequeños instantes, que valen la pena vivir, que te dejan un buen sabor de boca y reconfortan a uno mismo para seguir adelante con sus propósitos. Y es que de vez en cuando, viene bien dejarlo todo y pararse a pensar en esos "qués" y "porqués" que tanto nos preocupan. Además, la dejadez de no pararse un instante a pensar, hace que se te enturbie la mente y con ella, los propósitos. Por eso, me gusta sacarlos a la luz, uno por uno quitándoles el polvo y colocándolos otra vez en esas estanterías con formas de nubes, abstractas, que aparecen en el ático de nuestro ser.