lunes, 6 de julio de 2009

Entre nubes alisias



Asomarse a la terraza y divisar el paisaje, un paisaje montañoso, repleto de pequeñas urbanizaciones -la llamada población flotante-, asímismo pobladas por adosados y viviendas unifamiliares. No sin antes pasar por una extensa planície llena de cultivo de regadío regional,
y su correpondiente "alquería", cada vez menos productivo gracias a las primeras potencias.
Y las cimas montañosas invadidas por enormes cúmulos nubosos, que de manera inminente se acercarán gracias a las corrientes de aire, mientras descargarán toda su furia encima nuestra. Y girarte y ver el mar rompiendo olas en las cercanías de la orilla, y pararse a escuchar ese regalo de la naturaleza tan codiciado para los que no tienen el privilegio de tenerlo tan cerca.


Qué bonito recuerdo me trae este tiempo, esta perspectiva de ver el mundo. Todo me lleva a cerrar los ojos y ver dónde estaba hace unas semanas, sumergido en un lugar totalmente diferente y a la vez tan parecido. Diferente en todos los sentidos desde la compañía, pasando por la independencia, hasta la suma de valores que aprendí, gracias a un trocito de todas y cada una de las personas de las que me rodeé.

Aún añoro con ansia esas dos vueltas completas a un lago salado de magnitudes considerables, dominado por una enorme zona de ocio rodeada de rocas (de dudable procedencia, eso sí). Esos posteriores paseos por la costa rocosa, de procedencia volcánica, llenos de desenfrenada exploración y excitación. (Qué decir de esos momentos, pidiendo dinero, o expectantes a posibles encuentros con cierta persona, o de esas conversaciones nocturnas que parecían no tener fin).

Qué difícil se me haría contar cada momento ocurrido en ese lugar, pero hoy necesitaba sacar a la luz alguno de esos momentos, porque el tiempo de aquí me ha hecho recordar y sentirme afable para ello. Volver sería una locura para todos, aunque la broma ha quedado en el aire. Fue algo grande que, como otras muchas experiencias, pasan a formar parte de lo irrepetible. El deseo para todos es que podamos tener la misma salud para vivir viajes como este a lo largo de nuestras vidas.

Y es que mientras estás, parece que no va a acabar nunca, como si una semana fuera infinita. No obstante, algo nuevo como esto lo aprovechas al máximo. Pero después de unas semanas, ya en tu hogar, te das cuenta de la magnitud del problema: de la añoranza de lo breve e intenso a la aceptación de que solo fue eso, muchas veces asimilada por la felicidad que supone tener un recuerdo que poder contar en unos años. Y como todo en esta vida, el viaje también tenía fecha de caducidad... así como esta entrada.

Un saludo!

1 comentario:

Sara dijo...

Es lo malo de las semanas... que no son infinitas :(
Quédate con los recuerdos bien atados y una sonrisa por haber estado.