miércoles, 23 de febrero de 2011

Como el capítulo piloto

Bajar, bajar para subir. Rachas, épocas, rampas, costeras, colinas, montes, montañas. Me da igual. No me importa perder unos minutos de dibujar máquinas para hablar de lo que os voy a contar...

Era un chico, rozando la frontera de la adolescencia, ya pasada, diría yo, aunque siempre, en algún momento deja salir su mente de niño, de alocado, de a tomar viento las obligaciones para verse lleno con sus pequeñas y grandes ambiciones.

Sí, tiene ambición. Algún día hubiera soñado en aquello que se le revuelve por la mente últimamente. ¿Por qué no antes? No se creía capacitado. No obstante, para sus adentros siempre supo que no se le iba a resistir si lo intentaba. Hoy día hay mucha información, te enteras de todo o de lo que nos dejan enterarnos, en pocos minutos... y, ¿por qué no intentarlo? Miedo ninguno, sino entusiasmo y curiosidad. Si es que, alguien dijo que la curiosidad mata al hombre y es cierto. En este caso no será como el de aquel pobre curioso en un baño de mujeres, no.
 
Este caso comienza en un día nublado, bien entrada la tarde, cuando al joven, repleto de quehaceres le viene una chispa en alguna parte de su materia gris. Deja los bolígrafos en la mesa y sube al tercer piso de su vieja casa, donde no-descansan sus padres. Desde que llegaron, la líbido aumentó en aquella casa y el pobre joven rezaba cada noche para que aquello no cayera patas p'arriba, allá por el segundo piso.  Esta casa victoriana, de tres pisos, con habitaciones de paredes de papel, forradas con cenefas azules verticales, curiosamente pegadas, no entiende de ventanas. Y es que ciertas habitaciones dan a un patio interior al que no le llega el sol ni por casualidad. Si ya es difícil que en una ciudad como ésta asome el gran astro, le sumas la ubicación del techado y estás listo. Otras, en cambio dan a la calle, con sus grandes ventanales, iluminando un gran salón austero, con una mesa larga para futuras visitas y una tremenda araña en el techo que alumbra las noches de coloquio entre sofás y sillones victorianos. Y es que los anteriores dueños parece ser que eran unos cultos de la literatura anglosajona. Tenían estanterías de libros repletos de historias nacidas en los jardines que años más tarde harían famosos intelectuales como Virginia Woolf, su marido Leonard Sidney Woolf, Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. Sí, todos ellos pertenecientes al círculo de Bloomsbury. Charles Dickens también se había creado un pequeño rincón en el corazón de aquella interesante e inquietante familia. Ricura, delicioso té el que tomaban. Finalmente, el salón se abastecía de nada menos que un antiguo Steinway de cola, negro caoba importado de Estados Unidos, lo cuál atrajo la afición del joven pianista. Sorprendentemente, la casa venía amueblada totalmente. Les extrañó mucho, al principio, la riqueza y el valor de los enseres que habían dejado los antiguos dueños. Pero lo que les ocurrió, es todo un misterio...

 Retomando, por otro lado la historia, volviendo al pasillo del tercer piso, ayudado de un candelabro de aceite,  el joven ve el cordel con el que tantas noches había soñado. Deja el candelabro a un lado y tira de él con toda la fuerza que ha adquirido, y comienza a caer un poco de polvo. Sus ojos marrones miel se le ponen rojizos y el escozor se incrementa, para amainar en un rato después. Es entonces cuando el rozamiento de los años de la moqueta con el techo comienza a ceder y el techo desciende. Se abre entonces una escalera ascendente. Ya digo, en esta vida todo sube para luego bajar...

El pequeño hombre, nunca antes había subido allá arriba. Durante los pocos meses que llevaban después de mudarse, todavía no se había atrevido a destapar aquel escondite de arácnidos, polvo, olvido y humedades pero también un escondite lleno de historia, de pasiones, de vidas paralelas, de anillos olvidados, y... no quiero adelantar más nada.

Un abrazo!


2 comentarios:

Natalia dijo...

Uhhh, vuelven los relatos por entregas!! Viva! Me da curiosidad subir allá arriba con el de los ojos miel, a ver qué nos encontramos. Pero si quieres que te sea sincera, me mola más tomar té con Witt, ya veremos por qué lado me tiro. Tú escribe, a ver qué pasa.
PD: PuntaSo! Bertrand Russell :)
PDD:Uyuyuy ya me explicarás mejor lo de los padres y el no-descanso.
Te dejo que tengo un proyecto de tortilla.

Pablo Peirat dijo...

Ummm, una inquietud y un apartado del mundo por descubrir. Me gusta! Te leeré las próximas entregas ;)